miércoles, 27 de octubre de 2010

Selva mexicana

Xilita es un poblado que emerge de las ricas selvas en la Huasteca Potosina, y que enamoró a un excéntrico e imaginativo millonario inglés de nombre Edward James, que construyó, en medio de la jungla y en las márgenes de las cascadas, una pequeña y delirante ciudad donde dio rienda suelta a su fértil imaginación.

No era de extrañarse, pues James era un miembro notable del círculo de pintores surrealistas que revolucionaron el mundo del arte europeo en la década de los 30s, apoyando con su fortuna a pintores tan extravagantes y talentosos como Salvador Dalí, René Magritte o Leonora Carrington.

James llegó a Xilitla en 1947 y quedó enamorado de su jungla cuando, un día, una nube de mariposas multicolores se elevó de entre la vegetación en una imagen evocadora que interpretó como una señal del destino. Decidió comprar el terreno e iniciar el sueño.

Levantaría escalinatas, palacios, pasadizos, sembraría orquídeas por todo el lugar, pondría un zoológico de animales exóticos, construiría intrincadas áreas de descanso alrededor de las pozas en las caídas de las cascadas. Integró su alocada imaginación a la prodigiosa complejidad de la selva. Una obra genial dentro del capítulo de la arquitectura surrealista.

Suena fascinante. Decidimos lanzarnos a Xilitla, no sin antes pedir una referencia a un amigo sobre el lugar. Nos impactó su capacidad de síntesis: "Vas a ver verde." En ese momento nos reímos ante la elocuencia y los grandes detalles que nuestro referente nos dio.

Y es que no sospechábamos siquiera que aquella referencia iba a ser cierta, que la naturaleza fue muy generosa con esta región y que de sus ricas tierras nace la caña de azúcar, el café y el tabaco. Es rica en ríos, vegetación, cascadas, cuevas, aventuras, historias y personajes.

Llegamos a Xilitla pasada la medianoche, por lo que no habíamos visto aun la maravilla de la región. Nos despertamos muy temprano por la mañana. Caminamos rumbo a las calles principales del pueblo, y nos dimos cuenta que está enclavado en la cima de una montaña, desde donde se domina un amplio panorama de un verde intenso, coronado por dramáticos nubarrones.

La edificación más visible en Xilitla es un convento que los misioneros agustinos construyeron en 1553, casi 30 años después de que comenzara la conquista de México. Se encuentra en la parte más alta del poblado y su campanario domina el paisaje.

Caminamos para pedir referencias sobre cómo llegar al lugar donde están las estructuras de James que, en el lugar, simplemente son conocidas como Las Pozas de James. Ahí comenzó la aventura. En la Huasteca Potosina dar una dirección hacia a algún lugar es todo un arte. Cuando uno pregunta, le gente del lugar frunce el ceño, se lleva la mano a la barbilla como queriendo pensar, se le ilumina la mirada al encontrar la respuesta y efusivamente eleva su brazo y dice: "Pa' allá." Seguimos la trayectoria del brazo y al encontrar la punta de los dedos, estos señalan al horizonte. Brillante. Tratando de hacerlo un poco más claro preguntamos: "¿A la izquierda?" y vuelven a apuntar al horizonte. "Sí, pa' allá" Excelente. Decidimos seguir avanzando y preguntar a un oficial de Tránsito.

Ni pronto acabábamos la pregunta, cuando un amable señor con un gran sombrero vaquero y camisa de cuadros, nos escucha y decide ser él quien nos va a orientar. "¿Las Pozas?" Cuando dijo eso, nos cimbramos, pues nuestro olfato nos dio perfecta cuenta de que nuestro amigo vaquero estaba en completo estado de ebriedad y que, a esas horas de la mañana, culminaba una épica noche de parranda.

Lo que siguió fue una serie de balbuceos incomprensibles, extravagantes manoteos y dramáticas oscilaciones corporales. Al terminar su brillante exposición, de la cual no logramos entender nada, remata: "Tenk llu berry moch, plis." Nos había confundido con "gringos". Extraordinario. Bendito alcohol, que nos vuelve bilingües.

Nos apegamos al plan original, y preguntamos al tránsito, quien ya nos orientó de manera adecuada.

Llegamos al lugar y decidimos dejar el auto varios metros antes de la entrada a Las Pozas y caminar. Conforme nos internamos en el camino, la selva nos da la bienvenida. La vegetación se vuelve más espesa y por un momento nos detenemos a escuchar la sinfonía de miles de aves que cantan al unísono. Sin duda, es una bienvenida.

Efectivamente, vemos verde. Tal como nos lo habían descrito. Los árboles son gigantescos, y hace su aparición la Ceiba, el árbol sagrado de las culturas mesoamericanas que se eleva imponente y generoso hasta grandes alturas.

Las mariposas multicolores salen al paso, unas de color amarillo verdoso, otras con tonos azules y violeta, que se confunden con las flores del lugar que brotan en colores igual de variados.

Conforme nos vamos acercando a la entrada a Las Pozas, vemos las primeras estructuras de Edward James, que coronan la entrada a la Cascada de los Comales. Vemos a un niño llenando un gran garrafón de agua en el arroyo. Le preguntamos si el agua está limpia, nos dice que sí. Que baja de un manantial desde lo alto de la sierra y que está fría y buena. Le tomamos la palabra. Y bebemos. Lo confirmamos.

Es Faustino Guevara, un niño de 12 años de edad, nativo del lugar, con una mochilita a la espalda, de aspecto humilde pero trato amigable. Nos dice que hay una cascada muy bonita al final de una vereda al lado del manantial.

Internarse en la vereda, es internarse en la selva. Sortear el paso por los arroyos brincando de piedra en piedra. La selva consiente a los sentidos. El olor a tierra húmeda, el sudor de la selva, las flores rozando los brazos al paso.

Cuando llegamos hasta la cascada, veo que la luz es impresionante. Que dibuja la textura de las piedras y pinta un arcoiris. Tratamos de llegar hasta la caída de la cascada, aunque las piedras de laja enmohecidas son sumamente resbalosas.

Pero mientras nosotros nos contorsionamos, nos ponemos en 4 patas e, irremediablemente, terminamos cayendo al agua, Faustino va caminando por las piedras como Jesucristo sobre el agua. Se sube y camina un tronco mojado en pendiente y ahí se queda, divertido, viendo nuestras peripecias.

Le preguntamos, torpemente, si sus zapatos son especiales. Nos dice que no, y ahí sobre el tronco mojado, se pone en un pie para enseñarnos la suela del otro que está lisa y partida. Sus zapatos son lastimosamente humildes pero altamente efectivos.

Faustino nos explica que esta cascada tiene 36 metros de caída libre y que debe su nombre a los comales que Edward James puso en la estructura de la entrada.

Regresamos maravillados de nuestra primera cascada del viaje y nos disponemos a entrar a la zona de Las Pozas, que es propiedad privada y se cobran 30 pesos (3 dólares) para acceder al lugar.

La entrada conduce a la estructura más grande y caprichosa del lugar. Tiene mas de 3 pisos de alto y más de 10 metros de altura. De inmediato, se nota que el vértigo y el peligro fueron cuidadosamente pensados en el diseño inicial de James. Puesto que las columnas son bordeadas por una escalera en forma de caracol de peldaños estrechos sin barandales de apoyo. Ir subiendo y observar el suelo es un serio reto capaz de doblegar a más de uno.

El palacio en realidad son 2 estructuras de la misma altura, pero que están unidas por un estrecho pasillo, también sin barandales, de unos 3 o 4 metros de largo y a unos 10 metros de altura. Una vez que se esta a punto de cruzar no hay marcha atrás y es la única manera de llegar al resto del palacio sin tener que bordear camino.

Las trampas mentales eran uno de los temas favoritos de los surrealistas, y qué mayor trampa que el vértigo.

Flores de piedra que se abren, escaleras que uno sigue y de pronto se terminan sin llegar a algún destino, pasadizos laberínticos que terminan regresando al lugar de partida, puertas que parecen de entrada siendo de salida. Arroyos que uno ve, mientras camina a un lado de ellos pero que nunca encuentra el acceso a pesar de ver un montón de gente nadando en ellos.

El lugar está lleno de simbolismos en piedra. Flores de lis, el ojo y el compás tan característicos de la masonería, hojas de marihuana. Y un extraño mural en bajorrelieve con temáticas egipcias.

Mientras camino por Las Pozas puedo darme cuenta de que están perfectamente integradas a su entorno selvático. Parecieran haber estado ahí desde siempre. La selva termina reclamando su espacio y por momentos se enreda en las columnas enmohecidas. El propio James buscó esa integración en su obra, de pronto uno puede ver palacios de bambú en piedra o columnas que terminan asemejando palmeras. O estructuras que brotan entre la selva como si fueran una planta más.

Recorrer sus veredas es todo un reto, con incontables bifurcaciones que representan otra de las recurrentes trampas mentales: la indecisión. Seguir una de esas veredas puede llevarlo a uno a caminar por kilómetros de peldaños y selva que, de pronto, se terminan abruptamente sin haber llegado a ningún lado. Seguir la otra vereda lo lleva a ver mas estructuras, más sueños en piedra, más fascinación.

Uno puede subir y subir por las veredas en el cerro y seguirá encontrando estructuras de James en una zona que ocupa más de 40 hectáreas de extensión.

El atractivo principal es el que le da el nombre al lugar. Son acumulaciones de agua provenientes de un arroyo que baja desde lo alto del cerro y que James modificó para convertirlas en pequeñas cascadas que han formado nueve Pozas donde la gente puede zambullirse en sus frías aguas.

Visité el lugar en Lunes, un día en el que no hay mucha gente. Esa sensación de encontrarme solo en medio de tanta irrealidad y fantasía es como internarse en un cuento, pero a la vez es una sensación de belleza inigualable. Veo armonía, integración de los caprichos del hombre con los de la naturaleza.

Como las grandes obras de la arquitectura surrealista está inacabada. Como la Sagrada Familia en Barcelona. Y probablemente no sea ese el único paralelismo con Antonio Gaudí. Quien visite Las Pozas podrá ver esa aspiración de diseñar estructuras tal como las diseña la naturaleza. En sus columnas recubiertas de pequeños pedazos de cerámica multicolor que parecieran las pieles de un reptil.

Sin embargo, estas columnas, con ese nivel de acabado, son escasas. James trabajó por más de 20 años en esta obra y cuando se encontraba en algún viaje mandaba los diseños, bosquejos y diagramas por correo.

En el centro del pueblo de Xilitla está la casa donde vivió Edward James. Está diseñada en el mismo estilo que Las Pozas y hoy está acondicionada, en su mayor parte, para servir como el mejor hotel del pueblo. No está abierta al público en general, sólo para sus huéspedes.

La otra parte de la casa ha sido acondicionada como un pequeño museo de 3 salas donde se pueden ver los moldes de madera que sirvieron para construir las estructuras de Las Pozas. Se puede leer una pequeña historia y ver fotos de Edward James. En otra de las salas se pueden ver un par de pinturas realizadas por el propio James, así como diagramas de construcción, dibujos hechos por Leonora Carrington, postalas enviadas por Salvador Dalí desde algún lugar de Europa y otras curiosidades. El acceso al museo tiene un costo de 30 pesos (3 dolares)

Ante tal despliegue de locura, Xilitla se ha convertido en un lugar muy recurrido por el turismo alternativo. En las afueras de Las Pozas pude conocer una pareja de hippies que van viajando en su combi por todo el país, acompañados de 2 perros y 2 gatos y que van sobreviviendo vendiendo cuarzos energéticos.

Visitar Las Pozas de Xilitla es una experiencia única. Pocos lugares en el mudo son capaces de reunir esta fértil mezcla de ingredientes y sensaciones. Es una experiencia para llenarse de barro, para comulgar con la naturaleza y gozar del inagotable caudal del río de la imaginación que, con los ríos de verdad, bajan juntos desde los altos cerros de Xilitla.

Guía Práctica

Cómo llegar
Xilitla está ubicado en el estado de San Luis Potosí, en la región huasteca en el los límites de la región centro y noreste del país. Se puede llegar desde Ciudad Valles tomando la carretera que va a Tamazunchale y luego de una hora aparece la desviación que va rumbo a Xilitla en un carretera de doble sentido muy bien cuidada. Luego de alrededor de 30 kilometros se llega a Xilitla.

Qué comer y Dónde
"La Papa". Aquí se pueden degustar por la mañana los riquísimos "bocoles", que son una especie de masa de maíz, rellena de algún guiso y queso. Muy tradicionales de la zona Huasteca. Yo pedí los míos rellenos de cochinita pibil, que es carne muy finamente deshebrada, bañada en una salsa agridulce y bien condimentada. Cada bocol costaba 7 pesos (como 60 centavos de dólar) y con 3 bocoles queda uno listo. Además de un infaltable vaso de limonada bien fría. Así que gastando 25 pesos (menos de 2.50 dólares) estábamos listos para iniciar el día. "La Papa" está localizada en la principal calle de Xilitla. En la misma plaza del centro, se puede preguntar por el lugar y le sabrán decir "Pa' allá"

"Las Tortugas de Xilitla" Riquisimas tortas con gran variedad de ingredientes. Recomiendo la "Cubana" con queso, chorizo, y pierna de puerco. Una delicia por 25 pesos (2.50 dólares.) Está ubicado junto a la plaza principal del pueblo.

"El Sabor Huasteco" Un pequeño restaurante, donde le pueden servir los famosos tacos rojos, característicos de la región, rellenos de queso. Además de una gran variedad de platillos típicos mexicanos. Yo pedi una enchiladas de mole y una jarra de limonada. Todo por 50 pesos (5 dolares).

Dónde quedarse
Hotel Dolores. La mejor opción por precio y calidad. Por 450 o 500 pesos (45 o 50 dólares) se puede conseguir una habitación doble con aire acondicionado. Limpia y bonita.

Hotel San Ignacio. Es una excelente opción para viajes de bajo presupuesto donde 3 o 4 personas estarán en la misma habitación. Por 330 pesos (33 dolares) se consigue una habitación triple con 3 camas individuales. La dueña del hotel impone reglas muy estrictas, como cerrar el hotel a las medianoche (nadie entra y nadie sale después del "toque de queda"), no fumar ni beber en las habitaciones, entre otras cosas. Pero todo este control ayuda a la convertir al hotel en uno de los más seguros. Es austero , pero muy limpio y cuenta con estacionamiento propio.

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