miércoles, 27 de octubre de 2010

excentricidades luis xiv

Fascinado con sus nuevos zapatos, el monarca francés los prohibió al resto de la corte con la pena de muerte

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Luis XIV, el Rey Sol, dueño de sí y del universo, sorprendió al mundo cuando instauró la monarquía absoluta en Francia. Luis XIV supo acallar, primero, y conquistar, después, las voces que, por aquel entonces, desaprobaban su reinado... Con el apoyo de su pueblo y la convicción de su autoridad divina, Luis XIV, tomó las riendas y gobernó en soledad los destinos de su país.

Tacones para compensar su pequeña estatura
Se proclamó representante de la voluntad celestial y, como tal, impuso la suya propia no sólo en el gobierno francés, sino en todos los ámbitos de la vida nacional. Luis XIV llevó a cabo una reorganización general de la economía; realizó la reforma del ejército; consiguió numerosas victorias militares; ensalzó la magnificencia parisina; hizo de Francia la primera potencia cultural europea y se erigió en el protagonista absoluto de la vida social francesa. Realmente preocupado por su imagen -no podía pasar por delante de un espejo sin mirarse en él-, Luis XIV no sólo siguió las tendencias de la moda, sino que dada su enorme influencia, impuso algunas de sus costumbres en el vestir: enormes pelucas de pelo natural, mangas adornadas de ricos encajes venecianos y, como no, sus famosos zapatos de tacón alto. Zapatos exquisitos y únicos elaborados siempre por su zapatero personal, el francés Nicholas Lestage. Un artesano al que dio precisas instrucciones: refinados, aunque adornados con vistosos lazos, brocados y piedras preciosas; suelas de color rojo; tacones con una pequeña curvatura; bordados en plata con escenas de batallas... Todo un derroche de imaginación y sofisticación. Hasta tal punto el Rey era fanático de sus nuevos zapatos que -en parte, para hacer constatar su supremacía- prohibió llevar el exclusivo modelo al resto de la corte y aquel que le desobedeciera sería castigado con la pena de muerte.

Luis XIV lució tacones para disimular su corta estatura... Y revolucionó la moda del calzado. Dehecho, actualmente siguen dando que hablar los zapatos del Rey Sol. Christian Louboutin, una figura de mención obligada a lo que diseños de zapatos se refiere, confiesa: “La estatua de Luis XIV lleva unos de mis zapatos preferidos: una especie de sandalia retrabajada”. Y, aún hoy, la mujer del siglo XXI continúa cayendo rendida ante el encanto del tacón conocido como Luis XIV.

Extravagancias del Rey
En un momento en el que la fama de la monarquía estaba bastante debilitada tras La Fronda -dos rebeliones, lideradas por la nobleza, en contra de la corona-, sólo un rey de fuerte personalidad podría hacerse con el dominio del país. Éste era, sin lugar a dudas, Luis XIV. Responsable, trabajador, organizado, meticuloso, lúdico, petulante... Y así durante 72 años, los que permaneció en el poder, más tiempo que ningún otro monarca. Las extravagancias de un Rey todopoderoso no tardaron en aparecer. Se estima que una media de cien personas, todos hombres, asistía, a diario, al despertar del Rey para presenciar el aseo, peinado, afeitado y desayuno del monarca.

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El almuerzo de Luis XIV, en un principio privado, se convirtió también en un acto público -similar al despertar- en el que los asistentes eran meros observadores.

Pero, además, impuso puntillosas reglas que designaban la superioridad de aquellos que podían dirigirse a los grandes personajes, cuándo y dónde.

Y es que para el monarca, el arte del aparentar era realmente primordial. De hecho, para ganarse los favores del Rey, aspectos como la belleza física o la posesión de fortuna suficiente para poder cambiar varias veces al día de indumentaria adquirieron suma importancia.

Luis XIV -un hombre ilustrado donde los haya e irresistible por su enorme autoridad- conquistó a numerosas mujeres de la corte. Pese a todo, sólo contrajo matrimonio en dos ocasiones: en 1660 con la infanta española María Teresa, hija del Rey de España Felipe IV, y en con madame Maintenon, quien le instó para que contuviera la inmoralidad imperante en la corte. En definitiva, Luis XIV iluminó Francia, por algo lo llamaron el Rey Sol.


La escrófula es una infección tuberculosa que afecta fundamentalmente a los ganglios linfáticos del cuello. Se le conoce también como adenitis tuberculosa o como "Mal del Rey"; nombre, este último que tiene su origen en la capacidad taumatúrgica que se ha atribuido a ciertos monarcas: el poder de curar imponiendo las reales manos a los enfermos.

La curación de la escrófula mediante el "toque de mano del Rey" o "toque real" nace en Francia, en el año 496(1): Se dice que Clodoveo I, rey de Francia entre los años 481 y 511, tenía un paje favorito al que amaba tiernamente, cuyo nombre era León". El joven enfermó de escrófula y el Rey se dolía de ver sufrir a su favorito, pero una noche se le apareció un ángel que le dijo estas palabras: "Para curar a tu paje favorito, todo lo que tienes que hacer es tocarle el cuello con tus santas y reales manos mientras dices 'Yo te curo y Dios te cura'." Cuentan que Clodoveo siguió las indicaciones del ángel y León se curó de la escrófula.

También Isabel I de Inglaterra (1533-1603), "La Reina Virgen", practicó el "toque real"; pero sólo a aquellos enfermos que sus médicos habían examinado y diagnosticado la enfermedad.

Entre los grandes "tocadores" de Francia tenemos que citar al rey Enrique IV (1553-1610). Félix Platter, un médico suizo que visitó París por entonces y pudo observar personalmente el espectáculo, dejó la siguiente descripción de lo que había visto:

"El Rey asistió a misa en Notre Dame, acompañado por el Duque de Saboya y vitoreado por el pueblo, que a su paso gritaba, 'Vive le Roi'. Al terminar la misa el Rey regresó al palacio de Louvre donde lo esperaban más de cien enfermos. Tan pronto como el Rey entró en la sala los enfermos se arrodillaron formando un círculo. El Rey fue de uno a otro, tocándoles con el pulgar y el índice la barba y la nariz, y después ambas mejillas con los mismos dedos de modo [que hacía] el signo de la cruz, y diciendo con el primer signo 'El Rey te toca', y con el segundo 'Dios te cura'. El Rey hacía después la señal de la cruz frente a la cara de cada paciente y su tesorero, que le acompañaba, le daba a cada paciente cinco centavos [...] todos los enfermos tenían grandes esperanzas de ser curados por el 'toque real'... [Y, al menos, se llevaban la limosna]. Se decía que cuando el 'toque del rey' no curaba era porque el rey no era legítimo, ya que Dios solo les concedía a los verdaderos soberanos el don de curar a todos."(2)

Según el mismo Platter indicaba, el monarca practicaba la ceremonia cuatro veces al año (por Pascua, Pentecostés, Todos los Santos y Navidad), y en algunas ocasiones llegó a tocar en un solo día a más de mil quinientos enfermos. Lo mismo se comentaría casi un siglo después sobre Luis XIV, "El Rey Sol", máximo representante de la monarquía absoluta, del que se dijo que en el Domingo de Pascua de 1686 alcanzó a tocar a mil setecientos individuos. La tradición se mantuvo hasta los prolegómenos de la Revolución francesa, pues fue aceptada hasta por el decapitado Luis XVI. En España, por cierto, no fue asumida con tanta credulidad la ilusoria capacidad taumatúrgica de la corona y nunca se llevó a cabo esta práctica.

No ha quedado constancia -que sepamos, salvo en el caso de Clodoveo y su paje León- de los resultados obtenidos con tan peculiar tratamiento.

Eran otros tiempos... Tiempos de monarquía absoluta en los que el soberano ejercía el poder por "derecho divino". La Medicina y la Religión han cambiado mucho. A nadie, en su sano juicio, se le ocurriría hoy en día denunciar al monarca por intrusismo profesional o por los posibles perjuicios que hubieran podido sufrir los enfermos así "tratados". Pero, no hemos podido dejar de pensar, mientras escribíamos, en los médicos que en la actualidad tienen que trabajar sometidos a una enorme presión asistencial, atendiendo consultas masificadas, y no imponiendo las manos sino aplicando el método científico...

Banda sonora: de la época de Enrique IV. Se trata de Le chant des oyseaux, en la que se imita -como su propio nombre indica- el canto de las aves. Su autor es el francés Clément Janequin (c. 1485-1558), uno de los más famosos compositores de las chansons populares de todo el Renacimiento.

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