Jhon Jairo Posada Valencia, alias "Titi", "el chili" o "el cholo", era uno de los hombres más cercanos a Pablo Escobar y de tal confianza que muchas veces actuaba como el doble del capo.
Ninguno de los muchos expertos en narcotráfico, historiadores, periodistas, ni la Policía Antidroga colombiana, ni siquiera los principales expertos de la DEA americanos, pueden afirmar con absoluta seguridad que fue de la vida de este delincuente, especialmente sus últimos días.
Después de su captura en los Apartamentos Alejandría, en El Poblado, delatado por una de sus exmujeres, los medios dejaron de hablar de él, pero se dice que el "Titi" salía de la cárcel de La Catedral cada vez que Escobar lo necesitaba para enviar algún "mensaje", hasta que un día, a mediados de los años 90, simplemente desapareció.
Hace cien años uno de los infortunios en estos pueblos a la ribera del Bravo era ver volar una mariposa negra dentro de la casa. Aún hoy hay gente de campo que se perturba con estos insectos, al igual que con los vuelos nocturnos y el horrible canto de las lechuzas, el cual, se cree, augura desgracia, la mala hora.
Las lechuzas resultan peores que las mariposas negras. Son vengativas y arrancan los ojos a bebés de ciertas mujeres. Contra ellas se dice aquí que no se puede hacer nada, salvo conseguir un hechizo o tener resignación. Las lechuzas son brujas. Para ser vencidas necesitan que las neutralice alguien igual que ellas. Si no, nunca mueren y nunca dejan descansar a sus enemigos.
También dice la leyenda que a Virgilio Barrera le gustaba hablar de lechuzas para provocar miedo en los años veinte, cuando su poder como traficante de mercancía ilegal en Tamaulipas era equiparable al que tenía en esa misma época Al Capone en Chicago.
De Matamoros a Nuevo Laredo, los cronistas de la prensa de aquellos años dan cuenta del crecimiento de retorcidos mezquites con gruesos troncos y abundante follaje que regalaban sombra a los hombres que trabajaban al servicio de Barrera antes de que estos cruzaran a nado el río Bravo para llevar o traer algún producto prohibido.
Algunos mezquites eran plantados y cuidados en el árido camino por la banda “Los pasadores” de Barrera, mientras que a otros mezquites los sembraba el viento, que hacía que volaran azarosamente semillas, dejando que la lluvia ocasional y el sol hicieran el resto.
Con Barrera, vendedor de heroína y morfina, dio inicio la historia del narcotráfico en esta región fronteriza con Texas, la cual está conformada por Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, siendo éste último el estado que acapara la franja colindante con Estados Unidos. El paso del Capone tamaulipeco por estos pueblos dejó un montón de relatos fantásticos como el de la lechuza que solía tener en la sala de su casa para protegerse de sus enemigos.
Pero también quedó registro oficial de sus andanzas en el archivo del Departamento Confidencial de la secretaría de Gobernación, luego de ser capturado en octubre de 1929 por el General García de Alba, jefe del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones Militares de Monterrey de aquellos años.
Traficante de drogas heroícas en N. Lared, Tamps”, se titula el expediente enviado a Felipe Canales, subsecretario de Gobernación. El General García de Alba presenta así a Barrera: "Fue detenido señor Virgilio Barrera quien por denuncio de los señores Julián Garza, Ernesto García y Bruno Álvarez, es quien les provee de drogas enervantes.- Ruégole se sirva informarme si se remite a esa o es consignado en esta plaza al juez de Distrito- Al insertarlo a usted me permito dirigirle atenta súplica a fin de que este individuo sea remitido a las Islas Marías, no solamente por el mal que causa por la venta de drogas, sino también por ser contrabandista reconocido, al que esta jefatura no ha dejado de vigilarlo por las diferentes denuncias que ha recibido contra el expresado sujeto”.
Por esa misma época en la que Barrera es capturado, además de mezquites, se sembraban adormidera y mariguana en la región. La producción nunca alcanzó los niveles que en Sinaloa o Sonora, pero llegó a tal grado que en los setenta, los campesinos del noreste compitieron un par de años con Michoacán, Colima y Guerrero, tres de las entidades en las cuales creció la siembra de enervantes mientras se llevaba a cabo la operación militar Cóndor en contra de los plantíos del llamado Triángulo Dorado que conforman Sinaloa, Durango y Chihuahua.
El 18 de agosto de 1975, El Extra de Monterrey publicó en su portada: “Hallan en Galeana más de dos toneladas de mariguana”. En ella se relataba que la droga había sido decomisada por agentes de la Policía Judicial Federal en el Ejido San Francisco Berlanga, el cual sigue existiendo hoy en día, aunque no son ni 300 los habitantes que viven en la serranía ubicada a casi dos mil metros de altura.
En dicho lugar -dice el segundo párrafo de la nota- se llevó a cabo la captura de tres individuos que se dedicaban al cultivo y siembra de mariguana, semilla que habían adquirido a un narcotraficante en Matehuala, San Luis Potosí, dijo el licenciado Alejandro Arenas Gallegos, Agente del Ministerio Público Federal”. Los detenidos declararon ante el Ministerio Público que habían comprado a mil pesos el kilo de semillas de la planta. Su proveedor era un hombre llamado Martín, oriundo de Michoacán, quien les había vendido dos kilos suficientes para producir cerca de 8 mil plantas.
Juan Moreno, el más joven de los detenidos, declaró que él solo cuidaba el plantío pero no sabía que se trataba de algo ilegal. “Los otros dos estás (sic) confesos de que era la primera vez que se metían al ilícito negocio de la mariguana dado que se disponían a buscar clientes en la frontera dentro de mes y medio, fecha en que estaría listo el cultivo de la hierba”, concluye la noticia, una de las tantas que había con frecuencia en los diarios de entonces sobre la detección de sembradíos en Tamulipas y Nuevo León.
En esos mismos setenta, Nuevo Laredo vivió su primera gran oleada de asesinatos provocados por el negocio del narcotráfico. En 1971, el último año de la administración de Francisco Garza Gutiérrez, fueron ejecutadas 33 personas, entre presuntos narcos, policías y civiles que accidentalmente se toparon con los enfrentamientos armados. Al año siguiente la cifra de crímenes subió a sesenta, cuando iniciaba su trienio el alcalde Abdón Rodríguez Sánchez. En los diarios de la época se habla de estos crímenes como “los asesinatos chacalescos” y se dice que el comienzo de estos es el 2 de noviembre de 1970 cuando son ejecutados dos agentes federales, supuestamente comprometidos con la mafia: Rafael Hernández Hernández y Álvaro Díaz de León, en la taquería “La Liberia”.
Otros dos policías pero secretos también estuvieron entre las víctimas de esta primera gran ola de violencia provocada por el control del tráfico ilegal en Tamaulipas. Uno se llamaba Juan José Aguinaga Ríos, el cual fue acribillado el 24 de mayo de 1971 en la cantina “Los Ojos Verdes” y el otro era Bernardino Montemayor.
A raíz de la escalada violenta, surgiría el liderazgo de Juan Nepomuceno Guerra, quien por entonces ya era un traficante bien conectado con el poder en Tamaulipas. El hombre considerado como fundador de “El Cártel del Golfo” vivía en Matamoros y desde ahí controlaba no solo el paso de droga, sino también el de autos robados. Su carrera la había iniciado traficando whisky en los treinta, después de la detención y el envío de Virgilio Barrera a Las Islas Marías. En los setenta, en medio de la lucha entre bandas en Nuevo Laredo y contando con el apoyo de la policía judicial, Guerra se afianzó como el nuevo jefe de “la plaza”.
Quizá el caso de Juan N. Guerra es uno de los que prueba lo que vienen diciendo desde hace varios años especialistas del tema del narco en México como el profesor español Carlos Resa Nestares, quien considera que la especificidad fundamental del crimen organizado en México es que se origina, se sostiene y nutre desde las estructuras del Estado, en particular de aquellas que teóricamente existen para combatir, precisamente, a la delincuencia. Las inmensas diferencias en niveles de renta y de poder, junto a factores como el escaso desarrollo de la sociedad civil, ayudaron a crear las condiciones para ello en lugares como el noreste del país.
Resa Nestares, consultor de la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Delincuencia, sostiene en su estudio “Sistema político y delincuencia organizada en México”, que las asociaciones criminales mexicanas no pueden situarse dentro de los modelos habituales de delincuencia organizada y sus conexiones con el poder político, sino en el concepto de crimen organizado de Estado, al que define como “actos que la ley considera delictivos (pero que son) cometidos por funcionarios del Estado en la persecución de sus objetivos como representantes del Estado”.
Este era el tipo de operaciones que encabezaba Guerra y las cuales, de 1930 a 1980, en cincuenta años de trayectoria, le llegaron a dar 5 mil millones de dólares, de acuerdo con reportes oficiales dados a conocer en 1987, en los cuales se le adjudicaba también la posesión de 3 mil hectáreas de tierra en Tamaulipas y Nuevo León.
Además de controlar el cruce ilegal por la frontera, Juan N. Guerra respaldó políticamente al PRI a través de la CTM, que recibía jugosos donativos periódicamente. A cambio de este apoyo, un sobrino de él, Jesús Roberto Guerra, fue presidente municipal de Matamoros de 1984 a 1987. Sin embargo, otro de sus sobrinos, Juan García Ábrego, sería el que se distinguiría por su capacidad para manejar los negocios de la familia.
Soy un ciudadano que se ha dedicado a trabajar. Soy agricultor, ganadero, transportista… soy un hombre triunfador y cuando un hombre tiene éxito surgen enemigos gratuitos. Mi imagen está limpia por completo y si no pregúntele a la gente que todo lo sabe,” declaró Guerra en entrevista con la reportera Irma Rosa Martínez en 1987, ya retirado de la vida agitada a causa de una apoplejía que le paralizó el lado izquierdo del cuerpo, provocando que su rutina de todos los días se convirtiera en irse a sentar a la misma mesa del restaurante Piedras Negras, en Matamoros.
Sin embargo, cuando se preguntaba a la gente o las autoridades de aquella época sobre la carrera triunfadora de Guerra, la historia era muy diferente, explica el investigador Froylán Enciso. Dos de los tantos asesinatos que se le atribuían a él directamente eran el de su propia esposa (por supuestamente serle infiel con el comediante Resortes) y el de Francisco Villa Coss, hijo del héroe revolucionario que trabajó como comandante de la aduana en la región.
El 11 de junio de 2001, Juan N. Guerra murió en Matamoros cuando se estaba consolidando la transformación de su vieja organización delictiva regional en una empresa de altos vuelos internacionales asociada con un sanguinario núcleo paramilitar conformado por desertores elite del Ejército Mexicano.
El patriarca del cártel nunca pisó la cárcel.
Como sobrino de Juan N. Guerra, Juan García Ábrego, ya realizaba algunas gestiones de la empresa familiar desde los ochenta y finalmente fue quien lo reemplazó de forma definitiva a partir de principios de los noventa, cuando Guillermo González Calderoni, el superpolicía del inicio del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, amplió a los grupos delictivos, la reconfiguración del poder del nuevo sexenio presidencial y lo incluyó a él como jefe de la compañía llamada: El Cártel del Golfo.
Esta historia refleja varias ideas que aún deambulan en la discusión pública académica: el papel de las políticas prohibicionistas en la creación de atractivos mercados subterráneos, la organicidad de los vínculos con el gobierno autoritario, el surgimiento de la violencia como consecuencia lógica en el manejo de una organización fuera de la ley con grandes intereses en juego, la capacidad de su renovación ante los retos del Estado y el mercado”, considera el investigador Froylán Enciso, quien ha estudiado este caso en particular para un volumen recién publicado por El Colegio de México.
El uso de la palabra “cártel” para referirse el grupo de traficantes de las orillas del mar del Golfo, fue dada en 1989 de acuerdo a un documento del FBI con el folio 92CHO-26853-21. En ese reporte aparece el nombre de Juan García Ábrego como el del principal jefe del grupo, que ese año ya había establecido relaciones importantes con El Cártel de Cali en Colombia y tenía a su disposición un equipo de pistoleros con considerable capacidad de fuego. Entre estos se encontraban Luis García Medrano y José Pérez de la Rosa apodado “El Amable”, aunque en realidad era el sicario de la fama más sanguinaria.
Óscar López Olivares, socio de García Ábrego conocido como “El Profesor” y que después se convirtió en testigo protegido de la DEA, relata en sus memorias inéditas los inicios de García Ábrego en el narco. Cuenta: “En el año de 1980 quedó establecido el puente aéreo Matamoros- Oaxaca, con un promedio de 4 vuelos por semana de 400 kilogramos de cañamo indígena (mota, marihuana, grifa, hierba verde) en ese tiempo contaba con 40 años y jamás en mi vida había visto la hierba, pues apenas acababa de conocer la cocaína, que los mismos agentes federales me habían enseñado a utilizar, contra el cansancio del vuelo”.
En Matamoros, la Policía Judicial Federal, estaba compuesta únicamente por tres elementos y todos eran amigos de Juan García Ábrego desde la infancia. Les conseguíamos oficinas, muebles, armas y les pagábamos la luz así como una gratificación por cada viaje”.
“Durante los años siguientes se hizo una constante que a cada comandante nuevo que llegaba, había que comprarle nuevamente todo, pues el que se iba no dejaba nada”.
Hasta enero de 1996, García Ábrego se mantuvo al frente de El Cártel del Golfo. Cuando finalmente fue detenido en una finca en las afueras de Monterrey, su tío, Juan N. Guerra, dio declaraciones a la prensa sobre este hecho: “Es mi sobrino, ¿qué le puedo decir?... contra el Gobierno no se puede”, dijo.
Óscar Malherbe reemplazó a García Ábrego pero en mayo de 1997 también fue capturado también. Salvador Garza Herrera tomó el mando después. Sin embargo, tan solo duró unos meses al frente de la organización delictiva: Osiel Cárdenas Guillén, asociado con Gilberto García Mena, operador en el pueblo de Guardados de Abajo, se quedó con el control del Cártel del Golfo a partir de finales de 1998, tras asesinar a Garza Herrera.
Cárdenas Guillén es un hombre de ojos cafés, 1.75 de estatura, con cicatrices de acné en el lado derecho de la cara y un tatuaje en el hombro izquierdo. Cuando asumió la jefatura del Cártel del Golfo estaba casado y era padre de 3 niños. García Ábrego lo había incorporado a su equipo, después de que éste había trabajado para la PGR como entrenador de perros.
Una de las primeras cosas que hizo Cárdenas Guillén y que a la larga cambiarían el curso de la historia del narcotráfico en la región, fue la creación de una escolta personal conformada por militares élite del Ejército Mexicano que en los años siguientes, después de la detención de Cárdenas Guillén en 2004, iniciarían un camino propio en el mundo del narco, al grado de convertirse a finales de 2007 en un cártel más de la droga en el país, independiente del Cártel del Golfo, la organización delictiva dentro de la cual habían nacido.
Durante dos años, aún estando en la prisión, Cárdenas Guillén siguió teniendo el control de Los Zetas. Fue hasta su extradición a Estados Unidos, cuando el núcleo paramilitar decidió operar por su cuenta, sin acatar las órdenes de los demás miembros de la cúpula del Cártel del Golfo, cercanos a Cárdenas Guillén.
Una de las últimas y surreales acciones que ordenó hacer Cárdenas Guillén a Los Zetas desde su encierro ocurrió en la celebración del día del Niño en abril de 2006, y de la cual, incluso se publicó una reseña en un diario de Reynosa.
La nota aparecida el Sábado 29 de abril de 2006, decía:
OSIEL HACE FELICES A MILES DE NIÑOS
Osiel Cárdenas Guillén festejó a los niños de Reynosa en su día, obsequiando más de 150 bicicletas y 18 mil juguetes a quienes abarrotaron las gradas y canchas del estadio Adolfo López Mateos.
Veintidós mil personas se dieron cita en el parque Adolfo López Mateos desde las doce del mediodía, para presenciar el espectáculo de lucha libre y el show de los Payasónicos al que se sumó la presentación del conjunto musical “Los hijos D” quien marcó el inicio del festejo infantil.
De los asistentes se contabilizaron 17 mil niños de diferentes edades, quienes eran acompañados en grupos por dos adultos, sus padres o hermanos mayores, recibiendo a su ingreso al parque en forma individual un refresco, una bolsa de papitas y agua completamente gratis.
No hubo vendimia, todo fue gratis, los niños se fueron agasajados desde su llegada a la sede del evento y al salir del mismo, cuando dos camiones cargados con más de 18 mil juguetes de diferentes tamaños y marcas fueron regalados a quienes salían del lugar con sus rostros sonrientes”.
En la nota se explicaba que el evento se llevaba a cabo “por cuarto año consecutivo”. Y se hacían algunas acotaciones como la siguiente:
Johan Said Barra Soto de siete años, y Luis Daniel Pérez Vallejo de ocho años, con capacidades diferentes a los otros niños recibieron de parte de Osiel Cárdenas Guillén una bicicleta sin participar en la rifa, escuchándose sus risas y gritos de emoción al ser sentados en aquellas unidades para diversión infantil”.
“En el evento los niños no sabían quién era Osiel Cárdenas Guillén, para estos niños no había historia, había un gesto de generosidad de un hombre que se encuentra en algún lugar de México consciente de que la pobreza no se puede erradicar, pero sabedor de que se puede dibujar una amplia sonrisa en el rostro de los niños con el firme apoyo de amigos leales”,
En cien años de historia, el poder los traficantes de Tamaulipas había pasado del poseer lechuzas en las salas de la casa, a la celebración de actos masivos con un fuerte respaldo popular.
Arturo Guzmán Decena, un militar de elite nacido en Puebla que desertó del Ejército Mexicano para cuidar la vida del capo Osiel Cárdenas Guillén, fue acribillado en un céntrico restaurante de Matamoros en septiembre de 2002. Tres meses después, en las afueras del sitio donde murió apareció una enorme corona fúnebre y otros cuatro arreglos florales acompañados de su nombre y una dedicatoria: “Te llevaremos siempre en el corazón: de tu familia de Los Zetas”.
Este suceso llamó la atención del investigador español Carlos Resa Nestares, quien descubrió a los pocos días que Guzmán Decena había sido un destacado miembro del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano (GAFE), el núcleo militar creado en 1994 al calor de la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas. Al igual que Guzmán Decena, por lo menos una veintena más deGafes, dejaron las fuerzas armadas para convertirse en la escolta de Cárdenas Guillén, el sucesor de Juan García Ábrego en la dirección de El Cártel del Golfo.
Los Zetas pueden ser una anécdota fugaz, pero también podrían ser los pioneros de una industria en expansión con amplias oportunidades de negocio, que, en última instancia, constituiría una institucionalización de la mafia en México bajo nuevos mecanismos”, escribió en sus anotaciones de aquellos años Resa Nestares, colaborador de la ONU en asuntos de narcotráfico.
En esa época, Los Zetas eran más leyenda que realidad. Se hablaba poco de ellos, pero en sus notas, el investigador español ya esbozaba un análisis puntual sobre la banda, el cual, leído casi una década después, parece una profecía: “Los Zetas han dado un salto nunca antes visto y se han convertido en verdaderos mafiosos, ejerciendo su actividad desde la esfera exclusivamente privada, en confrontación con el monopolio de la violencia estatal. Esta circunstancia añade varios grados de peligrosidad al asunto de las drogas en México”.
En estas notas, Resa Nestares evitaba clasificar a Los Zetas como narcotraficantes. “Su desconocimiento de grandes clientes y proveedores, de la infraestructura en general, les impidió convertirse en una empresa autónoma de drogas, unos narcos en toda regla. Entre 1999 y 2000, en diversas tandas, cambiaron de cliente y pasaron a vender sus servicios a un empresario privado de drogas, Osiel Cárdenas Guillén. Privatizaron su clientela. No había muchas diferencias entre el tipo de servicios que prestaron primero al “estado y más tarde a Cárdenas Guillén”.
El profesor de la Universidad Autónoma de Madrid ponía énfasis en la característica mercenaria de Los Zetas: “Primero fueron los militares quienes les ordenaban realizar discrecionalmente los operativos de captura de empresarios de drogas. El estado les pagaba por esta actividad según las tarifas oficiales, sin posibilidad de negociar sus emolumentos. Una vez en el ámbito de la empresa privada, Cárdenas Guillén contrataba a los desertores según sus necesidades para ejecutar tareas relativas a la violencia que eran colaterales para su actividad de compra venta de drogas”.
Luego de la detención de Osiel Cárdenas Guillén, ocurrida el 14 de marzo de 2003, mientras se daba la reorganización interna del Cártel del Golfo, Los Zetas comenzaron a explorar por su cuenta nuevas actividades criminales. “De esta forma aceleraron el ritmo de recaudación de impuestos entre pequeños delincuentes de Nuevo Laredo. Una nueva remesa de requerimientos fiscales fue recibida por un grupo cada vez más extenso de individuos y grupos que se mueven en el terreno de la ilegalidad: desde transportistas y pequeños vendedores de drogas hasta apostadores ilegales, prostíbulos y contrabandistas de todo pelaje”.
Después de tomar el control de Nuevo Laredo, la banda decidió exportar la misma lógica de recaudación mafiosa en otras ciudades del país, en primera instancia las del noreste, de Nuevo Laredo hasta Torreón. Así dio inicio la nueva era de Los Zetas.
Los Zetas pasaron en cinco años de ser una banda regional a un grupo con presencia nacional. La alianza que establecieron con Arturo Beltrán Leyva, el capo sinaloense que se separó del Cártel de Sinaloa dirigido por Joaquín “El Chapo” Guzmán, les permitió acceder al mercado internacional del trasiego de la droga, en especial de la cocaína. Beltrán Leyva sí tenía contactos en Colombia que estaban dispuestos a proveer cargamentos de droga que Los Zetas se encargaban de transportar a Estados Unidos a través de las rutas mafiosas que fueron estableciendo en estados de la república, por lo regular colindantes con el Golfo de México.
Nabor Vargas García, un cabo que formó parte del Cuerpo de Guardias Presidenciales del Ejército Mexicano hasta 1999, fue quien organizó para Los Zetas estas rutas, un proceso al cual se le llamaba internamente “la expansión”. Gracias a “El Déborah”, Los Zetas pudieron operar las carreteras que van desde Cancún hasta Matamoros.
Los miembros de la organización delictiva conocieron perfectamente todas las brechas de ese trayecto e hicieron algunas ellos mismos para operar en donde no podían cooptar a la policía, o tenían riesgos de ser atacados por grupos antagónicos. Antenas de radio de largo alcance y varias repetidoras fueron instaladas a lo largo de la ruta zeta para agilizar la comunicación interna de la banda.
Un antiguo miembro del grupo, quien ahora es informante oficial y al que se identificará aquí como Julio, explica que expandir en lenguaje zeta significa llegar a una ciudad, controlar a las bandas locales, hacer ruta para el tráfico ilegal y caerle a la contra, o sea sacar a los enemigos de la jugada. Mientras tanto, contracción le llaman a la segunda fase: poner guardias, montar una red de comunicación por radiofrecuencia y organizar las casas de seguridad para operar en “la plaza”.
La captura de Nabor Vargas -a quien apodaban “El Débora”- en abril de 2007 fue un golpe importante para el proyecto de expansión de Los Zetas. Debieron reorganizar a narcomenudistas, vigilantes (llamados halcones o águilas), traficantes de indocumentados, autoridades a su servicio y responsables de casas de seguridad que formaban parte de la estructura construida por el ex miembro de las Guardias Presidenciales.
Las plazas” más importantes conseguidas por la organización, además de los estados de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León (éste último que compartían con el grupo Beltrán Leyva), fueron Veracruz, Quintana Roo y Tabasco. Campeche, Yucatán y Chiapas también estuvieron bajo su control, pero tenían una relevancia menor.
Los Zetas buscaron en especial el control de las costas del Golfo de México, no por el sentimentalismo marino que despierta esa cuenca del Océano Atlántico, sino por un evidente asunto estratégico, de consolidar rutas para el traslado de mercancías ilegales hacia Estados Unidos, llámese cubanos queriendo estar en Miami o toneladas de cocaína colombiana con destino Nueva York.
El negocio de Los Zetas no es la droga, sino el control de territorios para traficar por allí -o cobrar renta- a cualquiera que requiera realizar una operación ilegal a través de dichos territorios bajo su control.
Para construir esa ruta, la estrategia de Los Zetas consistió en llegar a cada ciudad y quedarse mediante fuego y sangre con la supervisión de las actividades ilegales que ahí se llevaban a cabo. Este proceso de conquista se desglosaría en cuatro etapas, según diversas fuentes policiales consultadas: La primera es la del arribo de sicarios llamados “ventanas”, quienes tienen la misión de conseguir casas de seguridad y campos de entrenamiento, equipar ambos, corromper autoridades y ubicar posibles negocios para su organización. El segundo paso que siguen es el de establecer una red de informantes, a quienes llaman “Halcones” o “Águilas” y estos pueden ser desde pandilleros, taxistas o hasta agentes de tránsito, los cuales deben mantenerlos informados sobre lo que sucede en la ciudad.
Las otras dos etapas de esta estrategia corresponden a la llegada de “estacas”, que es como llama a la banda a sus sicarios mejor preparados, quienes tienen la asignación de realizar ejecuciones de miembros de otras bandas, así como también de realizar actos de terrorismo que les permitan controlar totalmente “plazas”, que es como ellos llaman a las ciudades.
La etapa final de la estrategia utilizada es la del arribo de “Metros”, la forma de referirse a los miembros de la organización que se encargan de “operar” los negocios ilícitos en las ciudades.
En medio del proceso de expansión de Los Zetas, comenzaron a surgir las diferencias entre éstos, con lo que quedaba de la cúpula del Cártel del Golfo, la cual había quedado a cargo de Ezequiel Cárdenas Guillén, hermano de Osiel, quien había perdido su influencia sobre Los Zetas, dirigidos por Heriberto Lazcano y Miguel Ángel Treviño. El Cártel del Golfo dejó de operar a grandes escalas y su actividad quedó reducida a Matamoros, de acuerdo con reportes consultados.
Según el informante Julio, puesto que ya no operaba en realidad como antes, El Cártel del Golfo pasó a ser la leyenda que antes habían sido Los Zetas, mientras que éstos adquirieron la configuración de un cártel de la droga en forma.
El nuevo reparto de poder alteró la vida mafiosa en la zona de manera importante desde 2007. Los Zetas, aunque no declararon la guerra a los miembros que quedaban de El Cártel del Golfo, dejaron de respetar a sus antiguos contratistas. La tensión estallaba regularmente entre unos y otros. El asesinato del diputado federal Juan Antonio Guajardo, el 30 de noviembre de 2007, quien de acuerdo a fuentes oficiales conoció al fundador del Cártel del Golfo, Juan García Ábrego, se debió a que el legislador del PT intentó hacer un movimiento para erradicar a Los Zetas de la región, ya que era cada vez más el número de personas y negocios que debían pagar el impuesto a la banda.
El problema es que la gente que trajo Osiel es pura maña, que cuando vio la oportunidad se quedó con el poder y quitó a todos los viejones que había... lo que pasó es que hubo una diferencia de castas que no respetaron Los Zetas. Ellos pusieron, como se dice, un gobierno espurio”, dice el informante Julio.
La tensión siguió creciendo en la zona con otros asesinatos y operaciones criminales. A finales de 2008, las diferencias eran tan graves que se había decidido hacer una reunión entre líderes de Los Zetas y de El Cártel del Golfo, con el fin de evitar la guerra. Ésta cita supuestamente se llevó a cabo, pese a que el líder de Los Zetas, Heriberto Lazcano, acusó la cúpula de El Cártel del Golfo, de haber entregado a la policía a Jaime González Durán, un importante sicario de la organización apodado “El Hummer”, detenido días después del accidente aéreo en el que murió el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. Por eso días, el presidente Felipe Calderón ordenó a los órganos policiales apurar la captura de algún miembro importante de Los Zetas, para interrogarlo y determinar si estos estaban implicados o no en el siniestro.
Aunque hubo diversos sucesos violentos y tensiones, la tregua entre Los Zetas y los pocos miembros que quedaban en El Cártel del Golfo, se mantuvo en 2009.
Pero esa tregua acabó el 22 de febrero de 2010, cuando convoys de camionetas con las siglas CDG en los costados irrumpieron en diversas ciudades de Tamaulipas primero, y en los días siguientes hicieron lo mismo en lugares de Nuevo León y Coahuila. La ofensiva dada a conocer por la DEA unas semanas antes coincidió con la divulgación en México de unas palabras de arrepentimiento de Osiel Cárdenas Guillén, desde su encierro en Estados Unidos, donde recibió un sentencia de tan solo 25 años de prisión, resultado de una negociación en la que el capo colaboró con información clave para el desmembramiento de Los Zetas.
De acuerdo con el reporte de la DEA, como El Cártel del Golfo se había quedado con una capacidad de fuego muy menor a la de Los Zetas, los líderes del cártel se habían aliado con El Cártel de Sinaloa y la Familia Michoana, bajo el lema: “México unido contra Los Zetas”. Algunos funcionarios estatales y dirigentes de organizaciones no gubernamentales de Nuevo León que fueron consultados temen que en estos comandos haya además miembros de las fuerzas armadas.
A principios de 2010, antes de que se desatara la ofensiva contra Los Zetas, un importante mando de la policía federal dijo en reunión con funcionarios de un gobierno estatal: “Para combatir a Los Zetas hay que usar su mismo veneno”. Sin embargo, el informante Julio, asegura que no es así: “Se están moviendo los mapas de los mañosos, nada más. Eso es lo que está pasando”.
De lo que no hay duda es de que de febrero a la fecha hay masacres, asesinatos selectivos, desapariciones y balaceras pero no hay parte informativo de las batallas ni comunicados o voceros que expliquen lo que está sucediendo ni por qué está sucediendo. La información de la zona llega a cuentagotas y vía medios sociales como el youtube. Una mujer se atrevió a grabar con su teléfono celular la forma en que quedó la carretera principal de Camargo, Tamaulipas luego de un enfrentamiento que duró toda la madrugada. Cadáveres regados, esqueletos de camionetas calcinadas, miles de cartuchos percutidos y militares peinando la zona, aparecen en la grabación de algo que oficialmente no quedó registrado en ningún medio de comunicación formal. Solamente así ha sido burlado el cerco informativo impuesto por el narco. Pero informar es demasiado riesgoso. La leyenda (ante lo imposible de hacer periodismo, solo hay leyendas) dice que la mujer que subió ese video al youtube ya fue ubicada y asesinada por una de las bandas del narco. ¿Cómo saber quién es esa mujer?, ¿qué puede hacerse para verificar si es cierto que fue asesinada?, ¿cómo documentar una pesadilla encima de otra en un lugar donde reina el silencio?
Aunque se oigan ráfagas de metralletas todos los días en la carretera Ribereña, la dura vida de los tamaulipecos de ciertas zonas transcurre en silencio, sobre todo en pequeñas ciudades como Miguel Alemán, Valle Hermoso y Camargo. Ahí la muerte es diaria, aunque no haya actas de defunción. Es un territorio convertido en un apocalíptico y callado campo de batalla.